sábado, 11 de julio de 2015

Uno

Anita camina descalza, por el suelo frío y mojado. Mira a su derecha y a su izquierda, pero Anita no ve nada nuevo. Ella solo sigue el mismo camino viejo que amanece cada mañana tras su puerta.
Anita siente el viento fresco en su cara. Lo huele. No percibe nada; pero le gusta sentir ese frío que corta su rostro.

Anita lleva un vestido de gasa blanco; desde lejos se asemeja a la espuma que hacen las olas cuando hay resaca. Su pelo gris ondula desde su sien, vaporoso. Tal pareciera que le sale humo de la cabeza.
Es medio día y un pinzón pía sonoro entre las ramas de los árboles.

Anita camina despacio, y nota su bello erizarse a cada paso. Por sus piernas, sus brazos, su nuca...y la sensación le gusta. Incluso nota sus pezones endurecerse y encogerse por el frío.


El viento sopla, sopla fuerte, y Anita decide cobijarse en su cabaña. De bienvenida una lengua azul clemátide y un brillo de leña que, no solo calienta, sino que también abruma.


Hay sopa servida en la mesa. No huele muy bien y sabe peor, pero al menos hay algo que llevarse a la boca. Cuando termina, Anita se sienta en el suelo, estira sus piernas y se mira los dedos mientras los mueve para aquí y para allá. Se ríe. Le hace gracia mirar sus pies.

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